
Se está produciendo una evolución en el ámbito de la participación de los pacientes en la gestión de la salud. Históricamente hablando, de forma tradicional, el paciente habitualmente ha sido despojado por la medicina de las facultades asociadas a la gestión de la salud y la enfermedad la cual quedaba en manos de los “expertos”. Al paciente se le exigía que “pacientemente” asumiese un rol pasivo y dejara los problemas de su salud en manos de aquellos que sabían que hacer con ellos. El surgimiento del hospital “moderno” no es ajeno a esa actitud. El hospital se convertía así en un ámbito en el que el paciente era “desocializado”, transformándolo en un medio y objeto de conocimiento.
La profesionalización de la asistencia está mostrando actualmente sus límites y disfunciones obligándonos a reelaborarla de otra manera si queremos superar los riesgos a los que nos enfrentamos.
Está claro que cada vez somos -y seremos- más viejos. La cronicidad no es la excepción sino la regla dominante en los problemas de salud. La concomitancia de diferentes patologías y el encarecimiento de la atención amenazan con colocar al sistema en una situación insostenible. Surge ahora la necesidad de contar con nuevos activos en el proceso de la atención a la salud. Y esos activos no están muy lejos: son los propios pacientes y sus grupos soporte. Pero esta incorporación no debe producirse, en mi opinión, por meras razones mercantilistas y economicistas, sino sobre todo porque valoramos de verdad las aportaciones que los pacientes pueden hacer. Porque creemos, pensamos o intuímos que sus concepciones acerca de la salud y la enfermedad pueden ayudarnos a contextualizar mejor nuestra atención. Porque sostenemos que , en realidad, un paciente resocializado es un ciudadano que sigue viviendo y aportando en la sociedad en que vive a pesar de la enfermedad que padezca.
Cuando estamos hablando de que los pacientes lleguen a autogestionarse en el ámbito de la salud y la enfermedad, estamos asumiendo que queremos capacitarles para ese objetivo. No retenemos ese conocimiento para nosotros con el objeto de hacernos imprescindibles, sino queremos compartirlo.
El trasplante renal, por ejemplo, no termina con la puesta del injerto, su estabilización y normalización clínicas. Más bien eso sólo es el comienzo. Para seguir cuidando adecuadamente a esos pacientes tenemos que incorporarlos como un activo más en nuestras estrategias de atención.
Las personas preferimos estar socializadas antes que sanas. Cuando queremos incidir en los cambios de los estilos de vida deberíamos recordarlo. Ninguna estrategia en ese sentido tendrá éxito si no concilia la vida social del paciente con la promoción y prevención de su salud…¡Menudo reto!
Fernando Ramos
DUE Servicio Nefrología
Hospital Universitario Cruces
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